(imagen: carmelitas descalzas de Cádiz)
LOS CARMELITAS DESCALZOS
(parte 1)
Una vez establecido el primer monasterio de las carmelitas descalzas en San José de Avila en 1562, mientras entreveía el desarrollo de su obra, Sta. Teresa maduraba también la idea de tener frailes de la “misma regla”, atentos a guiar espiritualmente a sus monjas.
Por medio del obispo de Avila D. Álvaro de Mendoza le propuso entonces la idea al Prior General de la Orden Juan Bautista Rubeo, cuando éste visitó Avila en la primavera de 1567.
La respuesta negativa no desanimó a la Santa, quien le insistió, escribiéndole cuando aún estaba en España. En carta del 10 de agosto de 1567 Rubeo le respondió desde Barcelona autorizando la fundación de dos conventos de Carmelitas “contemplativos” que debían quedar bajo la obediencia perpetua de la Provincia de Castilla y regirse por las Constituciones de 1524 de Soreth-Audet y según las disposiciones especiales denominadas “Constitutiones Rubei”; Constituciones estas últimas que se atribuyen a la misma Santa que las redactó sobre las primeras leyes de las descalzas.
Teresa buscó personal y encontró entre los religiosos de la Orden los dos primeros frailes: el P. Antonio de Heredia, prior del convento de Medina del Campo, y Fr. Juan de Santo Matía, estudiante de Salamanca y recién ordenado sacerdote, de quien quedó muy satisfecha.
En el siguiente mes de agosto la Santa llevó consigo a Fr. Juan a la fundación del carmelo de Valladolid, para que se iniciara en el estilo de vida que ella había establecido entre sus monjas, enviándole luego a preparar el conventico de Duruelo (prov. de Avila), después de haberle probado el hábito ideado y hecho por ella y sus monjas.
La nueva vida de carmelitas descalzos la inauguraron en dicho lugar el 28 de noviembre de 1568 los PP. Antonio de Jesús y Juan de la Cruz (nombres adoptados entonces por los dos fundadores) con el Hermano José de Cristo, de acuerdo con las normas y e indicaciones de la Santa (Fundaciones 13-14).
A comienzos de la cuaresma del año siguiente, la Madre Fundadora pudo visitar el “portalito de Belén” -como definió ella aquel primer conventico- y moderar el espíritu de penitencia de sus primeros hijos que, a una oración casi continua, unían un ferviente apostolado en las aldeas del contorno, fijando así las líneas esenciales de la vida de la nueva familia.
El retorno a la Regla adaptada por Inocencio IV en 1247, un acentuado y al mismo tiempo equilibrado espíritu de mortificación y de retiro, tenían como fin, según el pensamiento de la Santa, facilitar la perenne comunión con Dios, que según ella, es el corazón de la vocación carmelitana y lo que hace más fecunda la actividad apostólica.
Al primer conventico de Duruelo, trasladado en 1570 a Mancera de Abajo (Avila), la Madre fundó un segundo el 13 de julio de 1569 en Pastrana (Guadalajara), donde dio el hábito a los dos ermitaños italianos que ella conquistó para su ideal, Ambrosio Mariano Azzaro y Juan Narducci, que serían los famosos P. Mariano de San Benito y Fr. Juan de la Miseria.
Esta segunda fundación, no obstante ciertas formas indiscretas de penitencia que hubo en sus comienzos, estaba destinada a ser el noviciado clásico del nuevo Carmelo y del cual salieron los excelentes religiosos que irradiaron luego el ideal teresiano por diversos países de Europa y México.
En 1570, dado el florecimiento vocacional, con autorización del Prior General abrió en Alcalá de Henares el primer Colegio (=seminario mayor) de la llamada Reforma, para el cual San Juan de la Cruz fue nombrado rector al año siguiente.
El cuarto convento se fundó en Altomira (Guadalajara) el 24 de noviembre de 1571, y al año siguiente se erigió otro en La Roda (Cuenca).
El P. Rubeo no había autorizado hacer fundaciones en Andalucía, pero, con el consentimiento del Visitador Apostólico P. Francisco de Vargas OP, los descalzos abrieron conventos en San Juan del Puerto (1572) y en Granada (1573). Además, el P. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios (1545-1614), quien había acabado de profesar en Pastrana el 25 de abril de 1573, fue nombrado en julio del año siguiente por el P. Vargas como Provincial de los calzados de Andalucía y después como Visitador de la misma Provincia, ocasionando el malestar de los frailes andaluces.
Rubeo consiguió por entonces de Gregorio XIII, con fecha 3 de agosto de 1574, la revocación de los poderes de los Visitadores Apostólicos. Pero dicho procedimiento pontificio lo anuló el Nuncio de España Nicolás Ormaneto, quien el 22 del mes siguiente nombró de nuevo al P. Gracián, junto con el P. Vargas, reformador de la Orden de la Antigua Observancia en Andalucía, dando lugar con ello a un conflicto cada vez más profundo entre los descalzos y Rubeo; conflicto que se agudizó con las fundaciones de los frailes y de las monjas en Sevilla, llevadas a cabo aquel año por Gracián y Santa Madre.
(fuente:portal carmelitano.org)