miércoles, 16 de junio de 2010

El atractivo del desierto


Ya desde los principios de la obra fundacional de Santa Teresa, existía cierta nostalgia respecto a la vida de «desierto» que llevaban los antiguos ermitaños del Monte Carmelo. La misma Santa nos exhortaba diciendo: «Tengamos delante nuestros fundadores verdaderos, que son aquellos santos padres de donde descendimos» (F 14, 4). De hecho, llamaban a varias de las fundaciones primitivas «desiertos» por estar localizados en sitios apartados y lejanos del tumulto de los pueblos. En este sentido, encontramos en los antiguos biógrafos de San Juan de la Cruz referencias a los conventos de El Calvario y La Peñuela como «desiertos», aunque no habían sido constituidos todavía a nivel oficial o jurídico. Tomás de Jesús será el principal promotor de la idea de la construcción de conventos «eremíticos». Para ellos, se buscarían lugares casi idílicos en su belleza natural, para así facilitar la contemplación del Creador en esas bellezas. Gracias a esta iniciativa se fundó el primer desierto, propiamente dicho, en Bolarque en 1593, y pocos años más adelante, en 1599, se realizaría la fundación del desierto de Las Batuecas.

Los desiertos, desde el inicio, se concebían como centros de renovación espiritual al servicio de los frailes de la Orden. Se recibía a frailes que libremente querían realizar una experiencia de renovación espiritual durante un tiempo más o menos corto. Teniendo este proyecto en mente, el P. Tomás de Jesús escribió «La instrucción espiritual de los que profesan la vida eremítica», comenzando así su prólogo: «Gran beneficio, y misericordia es la que Dios hace a los que llama en nuestra religión a la vida eremítica, porque es grande indicio, y señal de que los quiere adelantar en su servicio, y hacerles grandes favores, y mercedes». Con esta instrucción pretende guiar al ermitaño, durante su tiempo en el desierto, por un camino espiritual a través de tres «jornadas»: el conocimiento propio, la reformación del hombre interior y la unión y transformación en Dios por el amor. De esta forma, el ermitaño vuelve al convento de su destino en la provincia con renovado fervor y ansias de servir a Cristo desde su comunidad. El desierto siempre contaba con una comunidad estable que ofrecía la acogida y el acompañamiento oportuno para los que venían para realizar esta experiencia sumamente enriquecedora. Tan necesaria y tan apreciada se consideraba la función de los desiertos en este sentido, que se fundó un desierto en cada provincia.

Kevin de la cruz

1 comentario:

  1. Excelenteee! Trato cada dia de vivir mi desierto en la ciudad. Bendiciones!

    ResponderEliminar