domingo, 27 de diciembre de 2009

Morir de amor..para vivir eternamente



San Enrique de Ossó

Yo quiero ensayarme aquí a vivir la vida que he de vivir en la eternidad. Allí os veré, os amaré, os alabaré. Aquí os veré por la fe viviendo vida de fe, avivando mi fe; os amaré con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas; os alabaré noche y día, en las alegrías y pesares, en los dolores y gozos, en salud y enfermedad, porque todo viene de vos, que me amáis. Yo quiero, Señor, y pido que cada día crezcan en tal grado mis afectos de fe viva, alabanza, adoración y amor, que la muerte me sorprenda en ese ejercicio, y al vislumbrar cercana la vida eterna, al sentir más cerca vuestra presencia amorosa, al ver con más claridad la belleza de vuestro rostro, al oír con más suavidad el timbre de vuestra voz, mi corazón se enciende, se aviva, se consuma y muera de amor que no pueda contener.


Enrique ha llegado por fin, trabajosamente, al rellano de la escalera. Se ahoga como si una mano de hierro le estuviera apretando el pecho. ¿Es esto la muerte, Señor?


Como puede, con un gran esfuerzo, golpea varias veces la puerta de la clausura. Intenta pedir auxilio, pero las palabras se le detienen en la garganta. Tres frailes han advertido que algo pasa y acuden a la puerta. Consternados, encuentran a mosén Enrique en el suelo, lo levantan y lo llevan hasta una cama. Con angustia le preguntan si quiere algo. Pero no hay palabras ya. Las palabras han quedado superadas por los hechos: Enrique ya lo ha entregado todo por Jesús.


Es el 27 de enero de 1896. Fuera, más allá de los muros del convento de Santo Espíritu, es de noche. Pero Enrique de Ossó ya disfruta de la luz plena, ya conoce la verdad completa, ya goza del amor para siempre. El hombre de fe, el sacerdote, el apóstol, el hombre del todo por Jesús, ya ha visto a su Dios cara a cara.


fuente: Compañía de Santa Teresa de Jesús

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