viernes, 11 de diciembre de 2009

Isabel de la Trinidad. Apostolado por medio de un estilo de vida


Isabel se sentía llevada y atraída por la presencia de Dios y respondía con una generosidad sin límites. Estaba convencida que para tener total entrega a Dios y al mensaje de Jesucristo no era necesario apartarse del mundo, aun confesando la felicidad de su vocación de carmelita, antes de entrar al mismo y por complacer a su madre se extendió sobre lo que constituye la riqueza común de todo cristiano, tanto en el monasterio como en la múltiple actividad en pleno mundo.


Se esforzó por vivir de una manera extraordinaria las virtudes humanas y a los 19 años comenzó a recibir las primeras gracias místicas. Cuando por fin cumplió sus veintiún años y entró al Carmelo conservó muchas de sus amistades y las cultivó por medio de cartas en donde daba a cada una consejos para vivir una vida orientada al amor de Dios y la santidad poniendo amor en todo lo que se hacía, pues hasta en lo más pequeño e insignificante se podía ofrecer la vida constantemente a Dios.


En una de sus cartas escribe: “Es un privilegio de la mujer, tener un corazón compasivo. Dios ha puesto en ella tanta capacidad de entrega. La ha colocado en la tierra para enjugar las lágrimas, aliviar todas las penas y permanecer firme al pie de la cruz. Nosotras las mujeres deberíamos ser la alegría de nuestros padres. Y toda aquella que se convierte en madre debe “atender”a aquellos que Dios les ha confiado. Entregaos, pide... Dios ha puesto en vuestro corazón tantos tesoros de abnegación. Si Dios os pide para Él vuestros hijos o vuestras hijas, ¡ah!, sabed sacrificárselos sin dudar; sabed ser heroicas

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