sábado, 29 de noviembre de 2008

EN DIJON ...


El Carmelo y sus novicias

La celdilla de Isabel (sin electricidad, ni calefacción, ni agua corriente),
en el corredor grande, da al patio, donde se levanta, en medio del césped,
una gran cruz sin Cristo.

Las tres alas del monasterio, al sureste, son bañadas por el sol; por encima del
claustro de ojivas neogóticas Isabel ve los árboles de uno de los tres jardines
que rodean este convento espacioso .

El 2 de agosto de 1901, fecha de su entrada, veinticuatro hermanas habitan el interior, y dos hermanas externas la casa externa. Isabel es la séptima joven del «noviciado», donde se permanece todavía tres años después de la profesión (no había entonces votos temporales).


En los meses siguientes cinco hermanas van a juntarse a las seis carmelitas (entre ellas una hermana externa) que han marchado a la nueva fundación de Paray-le-Monial; entre ellas, María de Jesús, todavía Priora de Dijon, adonde vuelve de cuando en cuando.

Las elecciones del 9 de octubre colocan al frente de la Comunidad a Superioras muy jóvenes, las dos de Dijon. Germana de Jesús (treinta y un años) es nombrada Priora de la Comunidad.

María de la Trinidad (veintiséis años) es la nueva Supriora,
encargada de iniciar a la postulante en los usos monásticos, su «ángel».


Con Isabel se hallan en el «noviciado» una novicia, la hermana Elena (Cantener), que abandonará el Carmelo en el mes de junio siguiente, y la hermana Genoveva de la Trinidad, profesa. Su pequeño número, y el hecho de que la Priora sea también maestra de novicias,
tiene por consecuencia que las novicias queden juntas con las profesas.

Cada mañana ellas ven a su maestra durante algunos minutos para darle cuenta de su oración. Por la tarde se reúnen después de vísperas en el noviciado, donde durante media hora la maestra les explica la Regla y las Constituciones, les echa una plática o les hace una lectura.
Por causa de su fatiga Isabel debe reposar al principio más que las demás, pero muy pronto sigue el horario completo 3. La misa, las dos horas de oración silenciosa, el oficio recitado recto tono en latín y los dos exámenes de conciencia duran casi seis horas y media.


Una hora de tiempo libre, varias de trabajo en silencio, las dos comidas y las dos recreaciones completan armoniosamente la jornada. Es una vida escondida, al servicio de la Iglesia, juntamente comunitaria y solitaria, que se desenvuelve al ritmo de las fiestas litúrgicas y de un horario casi invariable, en una monotonía contemplativa donde la gran sorpresa es Dios, presente en la oración por la fe y el amor.

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