lunes, 10 de noviembre de 2008

DESDE DIJON ....



El 11 de enero de 1903, en la fiesta de la Epifanía, después de trece meses de noviciado, Isabel de la Trinidad, aprobada por unanimidad, se consagra a Dios con su profesión para la eternidad.

Bajo la dirección de Germana, el Carmelo de Dijon es una comunidad fervorosa y feliz. Isabel contribuye a mantener este clima: es servicial, ama a sus hermanas y es amada por ellas.Un noviciado duro

Si los cuatro meses de su postulantado se pasaron en la alegría y en la luz, el año de noviciado fue muy duro y penoso. La oración se ha convertido en aridez. Por segunda vez Isabel pasa por las angustias de un período de escrúpulos, debidos en parte a su deseo de hacerlo todo perfecto.



Su salud cede un poco. Su sensibilidad (el rasgo dominante de su carácter, según afirma ella durante su postulantado, cf. NI 12) vibra dolorosamente. Pero nadie conoce estos sufrimientos fuera de las dos Superioras. La víspera de su profesión está «en el colmo de la angustia» (C 152) y la Madre Germana cree necesario llamar al P. Vergne para examinar su compromiso definitivo.

Quejarse no entraba en la naturaleza de Isabel Catez. En sus cartas a la familia y a sus amigas nada permite entrever su sufrimiento. Ella puede suponer que su madre tiene la esperanza de que su hija se volverá atrás (y una carta del canónigo Angles a la señora Catez poco antes de la toma de hábito lo confirma)... Lo que Isabel subraya es su alegría real, dejando de lado sus sufrimientos, que calla.

Desde hace largos años ha aprendido a olvidarse, a sufrir por Jesús y a vivir en la fe y el abandono. La Madre Germana la ayuda en este camino. Después de la toma de hábito, sus cartas hablan sobre todo de su dicha de estar en el Carmelo, de vivir en comunión, en silencio, en la presencia de Dios, escuchando, como Magdalena, a su Maestro, entregándose a la vida «de los Tres» en ella.

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